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San Agustín

éstas cocida, y tomando una parte de la pechuga, la que me pareció, la mandé guardar: y habiéndola sacado y manifestado después de muchos días, en los cuales cualquiera otra carne cocida se hubiera corrompido, nada me ofendió el olor; volví a guardarla, y al cabo de más de treinta días la hallamos del mismo modo, y lo mismo pasado un año, á excepción de que en el bulto estaba disminuida, pues se advertía estar ya seca y enjuta. ¿Quién dió á la paja una naturaleza tan fría que conserva la nieve que se entierra en ella, ótan vigorosa y cálida, que madura las manzanas y otras frutas verdes y no maduras? ¿Quién podrá explicar las maravillas que se contienen en el mismo fuego, que todo lo que con él se quema se vuelve negro, siendo él lúcido y resplandeciente, y casi á todo cuanto abraza y toca con su hermosísimo color le extraga y destruye el color, y de una ascua brillante lo convierte en un carbón muy negro? Pero tampoco es esto regla general; pues, al contrario, las piedras cocidas con fuego resplandeciente se vuelven blancas, y aunque él sea más bermejo, y ellas brillen con su color blanco, sin embargo, parece que conviene á la luz lo blanco, como lo negro á las tinieblas. Cuando arde el fuego en la leña, y cuece las piedras, en materias tan contrarias tiene contrarios efectos. Y aunque la piedra y la leña sean diferentes, no son contrarias entre sí, como lo son lo blanco y lo negro, y uno de estos efectos causa en la piedra, y el otro en la leña, pues, clarifica la piedra y obscurece la leña, siendo así que moriría en aquélla si no viviese en ésta. ¿Y qué diré de los carbones? ¿No es un objeto digno de admiración que por una parte sean tan frágiles, que con un ligerísimo golpe ae quiebran, y con poco que los aprieten se muelen y hacen polvo, y por otra tienen tanta solidez y firmeza que no hay humedad que los corrompa, ni tiempo que los consuma,