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La ciudad de Dios

porque la muerte será sempiterna, cuando ni podrá el alma vivir no teniendo á Dios en au favor, ni estar exenta de dolores del cuerpo estándose muriendo. La primera muerte expele del cuerpo al alma, aunque no quiera; la segunda muerte tiene al alma en el cuerpo, aunque no quiera. Pero comúnmente se dice de una y otra muerte, que padece el alma de su peculiar cuerpo lo que no quiere. Consideran nuestros antagonistas que ahora no hay carne que pueda padecer dolor, y que no pueda también sufrir la muerte, y no reflexionan en que, sin embargo, hay cierto objeto que es mejor que el cuerpo; porque el mismo espíritu, con cuya presencia vive y se rige el cuerpo, puede sentir dolor y no puede morir. Ved aquí cómo hemos hallado objeto, el cual, teniendo sentido de dolor, es inmortal. Esto mismo sucederá también entonces en los cuerpos de los condenados, lo que sabemos que sucede en el espíritu de todos; aunque si lo meditásemos con más atención, el dolor que se llama del cuerpo más pertenece al alma, porque del alma es propio el dolerse, y no del cuerpo, aun cuando la causa del dolor le nace del cuerpo, cuando duele en aquel lugar donde es molestado el cuerpo.

Así como decimos cuerpos sensitivos y cuerpos vivientes, procediendo del alma el sentido y vida del cuerpo, así también decimos que los cuerpos se duelen, aunque el dolor del cuerpo no puede ser sino procedente del alma. Duélese, pues, el alma con el cuerpo en aquel su propio lugar donde acontece alguna sensación que duela. Duélese también sola, aunque esté en el cuerpo, cuando por alguna causa asimismo invisible, está triste estando bueno el cuerpo; porque, en efecto, se dolía aquel rico en el infierno cuando decía (1): «Estoy en continuo tormento en esta llama»; pero el cuerpo, ni (1) San Lucas, cap. XVL