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LIBRO VIGÉSIMOPRIMERO


CAPÍTULO I

Del orden que ha de observarse en esta discusión.


Habiendo ya llegado por mano y alta disposición de Jesucristo, Señor nuestro, Juez de vivos y muertos, á sus respectivos fines ambas Ciudades, la de Dios y la del demonio, trataremos en este libro con la mayor diligencía y exactitud, según nuestras débiles fuerzas intelectuales, auxiliados de Dios, cuál ha de ser la pena del demonio y de todos cuantos á él pertenecen. He querido observar este orden para venir á tratar de la felicidad de los santos, porque uno y otro ha de ser juntamente con los cuerpos; y más increíble parece el durar los cuerpos en las penas eternas, que el permanecer sin dolor alguno en la eterna bienaventuranza. Cuando se haya expuesto que aquella pena no debe ser increible, me servirá y favorecerá mucho para que se crea con más facilidad la inmortalidad, que está libre y exenta de todo género de pena, como es la que han de gozar los cuerpos de los santos. Este orden no desdice del es tilo de la Sagrada Escritura, en la cual, aunque algunas veces se pone primero la bienaventuranza de los buenos, como en aquella sentencia (1): «Los que hubieren (1) San Juan, cap. V., v. 29.