Página:La ciudad de Dios - Tomo IV.pdf/293

Esta página no ha sido corregida
291
La ciudad de Dios

aquello, pues, en efecto, lo dice por la forma de siervo, en la cual el Altísimo se nos manifestó humilde y despreciable, para significárnosle pusieron el nombre del mismo hombre de cuya descendencia y linaje tomó esta misma forma de siervo. Diósele el Espíritu Santo, lo cual, como lo insinúa el Evangelio (1), se mostró bajo la figura de paloma. Manifestó el juicio á las gentes, porque dijo lo que estaba por venir y oculto á las gentes. Por su mansedumbre no clamo, y, con todo, no cesó ni desistió de predicar la verdad; pero no se oyó su voz afuera, ni se oye, pues por los que están fuera apartados y desmembrados de su cuerpo no es obedecido. No quebrantó ni mató á los mismos judíos sus perseguidores, á quienes compara á la caña quebrada que ha perdido su entereza, y al pábilo ó pavesa que humea después de apagada la luz, porque los perdonó el que no venía aún á juzgar, sino á ser juzgado por ellos. En verdad les manifestó el juicio, diciéndoles con previsión y anticipación de tiempo cuándo habían de ser castigados si perseverasen en su malicia. Resplandeció su rostro en el monte, y en el mundo su fama no se doblegó ó quebrantó, porque no cedió á aus perseguidores, de forma que desistiese y dejase de estar en sí y en su Iglesia; y por eso nunca fué ni será lo que dijeron ó dicen sus enemigos (2): «¿Cuándo morirá y perecerá su nombre?» Hasta que ponga en la tierra el juicio. Ved aquí cómo está claro y manifiesto el secreto que buscábamos. Porque este es el juicio final que pondrá Cristo en la tierra cuando venga del cielo. De lo cual vemos ya cumplido lo que aquí áltimamente se pone «y en su nombre esperarán las gentes». Siquiera por esto, que no lo pueden negar, crean también lo que descaradamente (1) San Mateo, cap. III.

(2) Salmo 40.

1