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La ciudad de Dios

dad de aquella mujer, cosa que, ó sucedió ó se fingió en aquellos siglos heroicos, ó habiéndolo hecho otros, se supuso y atribuyó á Júpiter. No puede ponderarse cuán impíamente han opinado de los ánimos y corazones de los hombres, suponiendo que pudieran sufrir con paciencia estas mentiras, ¡qué digo sufrirlas! las adoptaron también gustosamente, mientras que con cuanta más devoción reverencian á Júpiter, con tanto más rigor debierar castigar á los que se atrevieron á decir de él tales torpezas. Pero no sólo se indignan contra los que supusieron semejantes patrañas, sino que si no representaran tales ficciones en los teatros, pensaran tener enojados é indignados á los mismos dioses. Por estos tiempos Latona dió á luz & Apolo, no aquel á cuyos oráculos dijimos arriba que solían acudir las gentes de todas partes, sino aquel de quien se refieren que con Hércules apacentó los rebaños del rey Admeto, á quien, sin embargo, de tal suerte le tuvieron por dios, que muchos, y casi todos, piensan que éste y el otro fué un mismo Apolo. Por entonces también el padre Libero ó Baco hizo guerra á la India, y trajo en su ejército muchas mujeres que llamaban Bacantes, no tan ilustres y famosas por su virtud y valor como por su demencia y furor. Algunos escriben que fué vencido y preso este Libero, y otros que fué muerto en una batalla por Perseo y hasta señalan el lugar donde fué sepultado; y con todo, en honor de su nombre, como si fuera Dios, han instituído los impuros demonios unas solem— nidades sagradas, ó, por mejor decir, unos execrables sacrilegios que llaman Bacanales. De cuya horrible torpeza, después de transcurridos tantos años, se corrió y avergonzó tanto el Senado, que prohibió su celebración en Roma. Por estos tiempos, á Perseo y á su esposa Andrómeda, ya difuntos, en tal conformidad los admitieron y colocaron en el cielo, que no se avergon-