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San Agustín

clarado la notable diferencia que ha de haber entre los que guardaren la ley y entre los que la despreciaren, para que juntamente aprendan asimismo á entender espiritualmente la ley, y busquen en ella á Cristo, que es el Juez que ha de hacer este apartamiento entre los buenos y los malos. Porque no en vano el mismo Señor dijo á los judíos (1): «si creyeséis á Moisés, también me creeríais á mi, porque de mi escribió él»: pues como tomaban la ley carnalmente y no sabían que sus promesas terrenas eran figuras de cosas celestiales, incurrieron en aquellas murmuraciones que se atrevieron á propalar (2): «Vano es el que sirve, á Dios ¿Qué utilidad hemos sacado de haber observado sus mandamientos y vivido sencillamente en el acatamiento del Señor Todopoderoso? Viendo esto tenemos por dichosos á los extraños, mediante á que vemos medrados y engrandecidos á todos los que viven mal». Estas sus expresiones, en algún modo han obligado al Profeta á anunciarles y protestarles el juicio final, donde los malos ni aun falsa ni aparentemente serán felices; sino que evidentemente serán muy miserables, y los buenos no sentirán miseria, ni aun la temporal, sino que gozarán de una bienaventuranza evidente y eterna; mediante á que arriba había referido acerca de éstos algunas palabras alusivas á lo mismo que decía (3): «todos los malos son buenos en los ojos del Señor, y estos tales deben agradarle». A estas murmuraciones contra Dios se precipitaron, entendiendo carnalmente la ley de Moisés. Y por lo mismo dice el rey Profeta, que por poco se le fueran sus pies, se deslizara y cayera de puro celo y envidia de ver la paz de que gozaban los peca(1) San Juan, cap. V.

(2) (3) Malachias, cap. III, v. 14.

Malachias, cap. II. v. 17.