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San Agustín

tera y perfecta justicia. Porque estos tales, ¿qué cosa ofrecen al Señor que le sea más aceptable que á sí mismos? Pero esta cuestión de las penas purgatorias la habremos de diferir para tratarla con más extensión y por menor en otra parte. Por los hijos de Leví, de Judá y de Jerusalén debemos entender la misma Iglesia de Dios congregada, no sólo de los hebreos, sino también de las otras naciones, aunque no como ahora es, en la cual si díjésemos (1): «que no tenemos pecado, nos engañamos á nosotros mismos y no está la verdad en nosotros»», sino cual será entonces purgada y limpia con el último juicio, como lo está el trigo en la era después de aventado, estando también ya purificados con el fuego los que tuvieren necesidad de semejante purificación, de tal conformidad, que no haya ya uno sólo que ofrezca sacrificio por sus pecados, porque los que así le ofrecen están sin duda en pecado, por cuya remisión le ofrecen para que, siendo agradable y acepto á Dioa, se les remíta y perdone el pecado.



CAPÍTULO XXVI

De los sacrificios que los santos ofreceráu á Dios, los cuales han de agradarle como le agradaron los sacrificios en los tiempos pasados y afios primeros.


Queriendo Dios manifestar que su Ciudad no observaría ya entonces estas costumbres, dijo que los hijos de Leví le ofrecerían sacrificios en justicia; luego no en pecado, y, por consiguiente, ni por el pecado. Asi podemos entender que en lo que añade (2): «que agradará (1) San Juan, I ep., cap. I, v. 8.

(2) Malachids, cap. III.