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San Agustín

ó repusieron reservados al fuego, para ser abrasados el día del juicio y destrucción de los hombres impíos, y en lo que poco después dice (1): «Vendrá el día del Señor como un ladrón, y entonces los cielos pasarán con grande impetu, los elementos se disolverán por el calor del fuego, y la tierra con todo lo que hay en ella será abrasada»; y después añade (2): «Pues como todas estas cosas han de perecer, ¿cuáles debéis ser vosotros?» Puede entenderse que perecerán aquellos cielos que dijo estaban puestos y reservados para el fuego, y que arderán aquellos elementos que están en esta parte más ínfima del mundo, llena de tempestades y mudanzas, en la cual dijo que estaban puestos los cielos inferiores, quedando libres y en su integridad los de allá arriba, en cuyo firmamento están las estrellas. Pues lo que dice también la Escritura (3): que las estrellas caerán del cielo, fuera de que con mucha más probabilidad puede entenderse de otra manera, antes nos muestra que han de permanecer aquellos cielos, si es que han de caer de allí las estrellas, pues ó es modo de hablar metafórico, que es lo más creible, o es que habrá en este ínfimo cielo algún objeto sin duda más admirable que lo que ahora hay. Y así es también aquel pasaje de Virgilio (4). «Vióse una estrella con una larga cola, discurrió por el aire con mucha luz»».

Pero esto que cita del Salmo, parece que no deja cielo que no haya de perecer; porque donde dice (5): «obras de tus manos son los cielos, ellos perecerán»: así como á ninguno excluye que sea obra de las manos de Dios, así á ninguno excluye de su última ruina. No querrán, sin duda explicar el Salmo con las palabras del apóstol San (1) San Pedro, II ep., cap. III., v. 10.

(2) Id., lug. cit. v, 11.

(8) San Mateo, cap. XXIV.

(4) Vir., Eneida, II.

(5) Salmo 101.