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La ciudad de Dios

ses, porque decimos que ha de perecer y acabarse este mundo? Observen aquí cómo en los libros de la religión de los hebreos le dicen á Dios, á quien por confesión de tan ilustre filósofo temen con horror los mismos dioses: «los cielos son obras de tus manos, ellos perecerán». ¿Acaso cuando perecieren los cielos no perecerá el mundo, cuya parte suprema y más segura son los mismos cielos? Y si este articulo, como escribe el citado filósofo, no agrada á Júpiter, con cuyo oráculo, como con autoridad irrefragable se culpa y condena á los cristianos, por ser esta una de las cosas que creen, ¿por qué asimismo no culpa y condena la sabiduría de los hebreos como necia, en cuyos libros tan piadosos y religiosos se halla? Y si en aquella sabiduría de los judíos, que tanto agrada á Porfirio, que la apoya y celebra con el testimonio de sus dioses, leemos que los cielos han de perecer, ¿por qué tan vanamente abomina de que en la fe de los cristianos, entre las demás cosas, ó mucho más que en todas, creamos que ha de perecer el mundo, supuesto que si él no perece no pueden perecer los cielos? Y en los libros sagrados que propiamente son nuestros, no comunes á los hebreos y á nosotros, esto es, en los libros evangélicos y apostólicos se lee (1). «que pasa la figura de este mundo» y leemos, (2) «que el mundo se pasa»: y (3) «que el cielo y la tierra pasarán»».

Pero imagino que præterit, transit y transibunt se dice con menos exactitud que peribunt, perecerán. Asimismo en la epístola del apóstol San Pedro, donde dice que pereció con el Diluvio el mundo que entonces había, bien claro está que parte significó por el todo, y en cuanto y como dice que pereció, y que los cielos se conservaron (1) San Pablo, II, ep. á los Corintios, cap. VII.

(2) San Juan, I. ep., cap. II.

(8) San Pedro, II ep., cap. III.