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San Agustín

de entenderse estas palabras. Después, habiendo referido brevemente los que habían de ser condenados por este juicio, bajo la figura de los manjares que se vedaban en la ley antigua, de los cuales no se abstuvieron, significando los pecadores impíos, resume desde el principio la gracia del Nuevo Testamento, comenzando desde la primera venida del Salvador, y concluyéndola en el último y final juicio, de que tratamos ahora; pues refiere que dice el Señor que vendrá á congregar todas las geutes, y que éstas vendrán y verán su gloria; pues como dice el Apóstol, omnes pecaverunt, et egent gloria Dei, «todos pecaron y tienen necesidad de la gloria de Dios». Y dice que dejará sobre ellos señales, para que admirándose de ellas, crean en él, y que los que se salvaren de estos, los despachará y los enviará á diferentes gentes, y á las islas más remotas, donde nunca oyeron su nombre ni vieron su gloria, y que estos anunciarán su gloria á las gentes. Que traerán á los hermanos de éstos con quien hablaba, esto es, á aquellos que siendo en la fe hijos de un mismo Dios Padre, serán hermanos de los israelitas escogidos, y que los traerán de todas las gentes, ofreciéndolos al Señor en jumentos y carruajes (por cuyos jumentos y carruajes se entienden bien los auxilios de Dios por medio de sus ministros é instrumentos de cualquier género que sean, ó angélicos o humanos) á la Ciudad santa de Jerusalén, que ahora en los fieles Santos está derramada por toda la tierra; porque donde los ayuda la divina gracia, allí creen, y donde creen allí vienen, y los comparó el Señor como por una semejanza á los hijos de Israel cuando le ofrecían sus hostias y sacrificios con Salmos en su casa; lo cual donde quiera hace al presente la Iglesia, y promete que de ellos ha de escoger para sí sacerdotes y levitas; lo que también vemos que se hace ahora; pues no según el linaje de la carne y san-