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La ciudad de Dios

cuanto la paz influirá y derramará también en los cuerpos terrenos la virtud de la incorrupción é inmortalidad, por eso dice que inclina y deriva este río, para que de la parte superior en cierto modo venga á bañar también la inferior, y así haga á los hombres iguales con los ángeles. Por Jerusalén asimismo hemos de entender, no aquella que es sierva con sus hijos, sino la libre, que es madre nuestra, y según el Apóstol (1) «eterna en los cielos», donde después de los trabajos, fatigas y cuidados mortales, seremos consolados, habiéndonos llevado como á pequeñuelos suyos en sus hombros y en su seno; porque rudos y novatos nos recibirá y acogerá á aquella bienaventuranza nueva y desusada para nosotros, con suavísimos regalos y favores. Allí veremos y se alegrará nuestro corazón». No declaró lo que hemos de ver; ¿pero qué será sino á Dios? De forma que se cumpla en nosotros la promesa evangélica (2) «de que serán bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán á Dios», y todas las otras maravillas y grandezas que ahora no vemos; pero, creyéndolas según la humana capacidad, las imaginamos incomparablemente mucho menos de lo que son». Y veréis, dice, y se holgará vuestro corazón»: Aquí creéis, allí veréis.

Pero por qué dijo: «y se holgará vuestro corazón»» Para que no pensásemos que aquellos bienes de Jerusalén pertenecían sólo al espíritu, añadió: «Vuestros huesos nacerán y reverdecerán como la hierba»; donde comprendió la resurrección de los cuerpos, como añadiendo á lo que había dicho: «Ni tampoco se harán cuando los viéremos, sino cuando se hubieren hecho los veremos»; porque ya antes había dicho lo del cielo nuevo y de la tierra nueva, refiriendo muchas veces y (1) San Pablo, I ep. á los Gálatas, cap. IV.

(2) San Mateo, cap. V.

Tomo IV.
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