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La ciudad de Dios

gamos con propiedad que se siembra, sino de los cuerpos de los hombres que, muriendo, vuelven á la tierra, como lo expresa la sentencia que pronunció Dios contra el padre del linaje humano cuando pecó: «tierra eres, y á la tierra volverás» (1); hemos de confesar que á los que hallare Cristo cuando viniere sin que hayan salido aún de sus cuerpos, ni les comprenden estas palabras del Apóstol, ni las del Génesis, porque siendo arrebatados á lo alto por las nubes, ni los siembran, ni van á la tierra, ni vuelven de ella, ya no pasen por la muerte, ya la sufran por un momento en el aire.

Pero aun se nos ofrece otra duda. El mismo Apóstol, hablando de la resurrección de los cuerpos á los Corintios, dice: omnes resurgemus (2), todos resucitaremos, ó como se lee en otros códices: omnes dormiemus, todos hemos de dormir. Siendo positivo que no puede haber resurrección sin que preceda muerte, por el sueño no podemos entender en aquel pasaje sino la muerte.

¿Cómo todos han de dormir ó resucitar, si tantos como hallará Cristo en sus cuerpos, ni dormirán ni resucitarán? Si creyéremos que los santos que se hallaren vivos cuando venga Cristo, y fueren arrebatados para salirle á recibir, en el mismo rapto saldrán de los cuerpos mortales, y volverán á los mismos cuerpos ya inmortales, no encontraríamos dificultad alguna en las palabras del Apóstol; así cuando dice que «el grano que tú siembras no se vivificará si antes no muere », como cuando dice: que todos hemos de resucitar, ó todos hemos de dormir; porque estos tales no serán vivíficados con la inmortalidad, si primero por poco momento que pase no mueren; y así tampoco dejarán de participar de la resurrección aquellos á quienes preco(1) Génesis, cap. III.

(2) San Pablo, L, ep. á los Corintios, cap. XV, v. 51.