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La ciudad de Dios

que entonces ocupó el agua con sus crecientes. Todo ó casi todo este aire, que llama cielo ó cielos (no entendiéndose en estos ínfimos los supremos donde está el sol, la luna y las estrellas) se convirtió en agua, y de esta forma pereció con la tierra, á la cual, por lo respectivo á su primera forma, había destruído el Diluvio.

Y los cielos, dice, y la tierra que ahora existe, por el mismo decreto y disposición se conservan reservados para el fuego, para ser abrasados en el dia del juicio y destrucción de los hombres impíos. Por lo cual los mismos cielos, la misma tierra, esto es, el mismo mundo que pereció con el Diluvio y quedó otra vez fuera de las mismas aguas, ese mismo está reservado para el fuego final el día del juicio y de la perdición de los hombres impios. Tampoco duda decir que sucederá la perdición de los hombres por el trastorno tan singular y terrible que se experimentará, aunque su naturaleza permanezca en medio de las penas eternas. ¿Preguntará acaso alguno si, fenecido el juicio, ha de arder todo el orbe, antes que en su lugar se reponga nuevo cielo y nueva tierra, al mismo tiempo que se quemare donde estarán los santos, pues teniendo cuerpos es necesario que esten en algún lugar corporal? Puede responderse que estarán en las regiones superiores, donde no llegará á subir la llama de aquel voraz incendio, asi como tampoco alcanzaron las aguas del Diluvio; porque los cuerpos que tendrán serán tales, que estarán donde quisieren estar. Tampoco temerán al fuego de aquel incendio, siendo, como son, inmortales é incorruptibles, así como los cuerpos corruptibles y mortales de aquellos tres jóvenes pudieron vivir sin daño alguno en el horno de fuego, que ardía extraordinariamente.