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San Agustín

inmortales, para que el mundo, renovado y mejorado, se acomode concordemente á los hombres renovados también y mejorados en la carne. Lo que dice: «y el mar ya no lo había», no me determinaría fácilmente á explicarlo si se secará con aquel ardentísimo calor ó si igualmente se transformará en otro mejor, pues aunque leemos que habrá nuevos cielos y nueva tierra, sin embargo, del mar nuevo no me acuerdo haber leído cosa alguna, sino lo que se dice en este mismo libro: «como un mar de vidrio, semejante al cristal» (1), aunque entonces no hablaba del fin del mundo ni parece que dijo propiamente mar, sino como un mar, igualmente que abora (como la locución profética gusta de mezclar las palabras metafóricas con las propias y así ocultarnos en cierto modo su significación, tendiendo un velo á lo que insinúa) pudo hablar de aquel mar y no del mencionado, cuando dice: «y dió el mar sus muertos, los que estaban en él», porque entonces no será este siglo turbulento y tempestuoso con la vida de los mortales, lo que nos significó y figuró con el nombre de mar.



CAPÍTULO XVII

De la glorificación de la Iglesia sin fin después de la muerte.


«Y yo, Juan, ví bajar del cielo (2) la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén que venía de Dios, adornada como una esposa para su esposo. Y oí una voz grande que salía del trono y que decía: véis aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y habitará con ellos y ellos serán su (1) Apocalipsis, cap. IV, v. 6.

(2) Apocalipsis, cap. XXI, vs. 2, 8, 4 y 5.