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La ciudad de Dios

CAPÍTULO XVI

Del nuevo cielo y de la nueva tierra.


Concluído el juicio en el cual nos anunció habían de ser condenados los malos, resta que nos hable también respecto de los buenos. Y supuesto que ya nos explicó lo que dijo el Señor en compendiosas palabras: «éstos irán á los tormentos eternos» (1), corresponde ahora que nos declare lo que allí añade (2): «y los justos irán á la vida eterna» (3). ««Después de esto vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habian desaparecido, y el mar ya no le había». Según este orden ha de suceder lo que arriba, anticipándose, dijo, que vió uno sentado sobre un trono, á cuya presencia huyó el cielo y la tierra (4), porque feneció el juicio universal. Habiendo condenado á los que no se hallaron escritos en el libro de la vida y echádoles al fuego eterno (cuál sea este fuego y en qué parte del mundo haya de estar, presumo que no hay hombre que le sepa, sino aquel que acaso lo sabe por revelación divina), entonces pasará la figura de este mundo por la combustión y quema del fuego mundano, como se hizo el Diluvio con la inundación de las aguas mundanas.

Así que, con aquella combustión humana que insinué, las cualidades de los elementos corruptibles que cuadraban á nuestros cuerpos corruptibles perecerán y se consumirán, ardiendo completamente, y la substancia de los elementos tendrá aquellas cualidades que convienen con maravillosa transformación á los cuerpos (1) San Mateo, cap. XV.

(2) Id. Ap. loc. cit.

(8) Apocalipsis, cap. XXI, v. L (4) Id., cap. XX, v. 2.