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La ciudad de Dios

que se pasa la figura de este mundo, quiero que viváis sin solicitud y cuidado»; de modo que la figura es la que pasa, no la naturaleza. Habiendo, pues, dicho San Juan que vió á uno que estaba sentado en un trono, á cuya presencia (lo que después ha de suceder) huyó el cielo y la tierra (1): «después ví, dice, á los muertos grandes y pequeños en pie delante del trono, y fueron abiertos los libros, y después se abrió aun otro libro que es el libro de la vida, y los muertos fueron juzgados por lo que estaba escrito en los libros, según sus obras».

Dice que se abrieron libros y el libro, y que este es el libro de la vida de cada uno; luego los libros que puso en primer lugar deben entenderse los sagrados, así los del Viejo como los del Nuevo Testamento, para que en ellos se registren los mandamientos y preceptos que Dios mandó guardar. El otro, que trata de la vida particular de cada uno, contiene cuanto cada uno observó ó no observó; cuyo libro, si carnalmente le quisiéramos considerar, ¿quién podrá estimar su grandeza, prolijidad y extension? ¿O en cuánto tiempo podrá leerse un libro donde están escritas las vidas de cuantos hombres ha habido y hay? ¿Acaso ha de haber tan to número de ángeles cuanto hay de hombres para que cada uno oiga á su Ángel recitar su vida? ¿Luego no ha de ser uno el libro de todos, sino para cada uno el suyo? Pero aquí la Escritura, queriendo darnos á entender que ha de ser uno, dice: y se abrió otro libro, por lo cual debemos entender cierta virtud y potencia divina con que sucederá que á cada uno se le vengan á la memoria todas las obras buenas ó malas que hizo y las verá con los ojos de su entendimiento con maravillosa presteza, acusando ó excusando á su conciencia el conocimiento que tendrá de ellas. De esta manera se (1) Apocalipisis, cap. XX, v. 2.