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San Agustín

CAPÍTULO XIV

De la condenación del demonio con los suyos, y sumeriamente de la resurrección de los cuerpos de todos los difuntos y del juicio de la última retribución, Después de haber referido esta última persecución, breve y concisamente comprende todo cuanto el demonio y la ciudad enemiga con su príncipe ha de padecer en el último juicio, porque dice (1): «Y el demonio, que los engañaba, fué echado en un estanque de fuego y azufre, donde la bestia y los pseudos ó falsos profetas han de ser atormentados de día y de noche para siempre jamás».
Ya dijimos en el cap. IX, que puede entenderse bien por la bestia la misma Ciudad impía y su pseudo—profeta ó Antecristo, ó aquella imagen ó ficción de que hablamos allí. Después de esto, recapitulando, refiere cómo se le reveló el mismo juicio final, que será en la segunda resurrección de los muertos la de los cuerpos, y dice (2): «Vi entonces un gran trono blanco, y uno sentado en él, delante del cual la tierra y el cielo huyeron, y no quedó lugar para ellos». No dice que vió un trono grande y blanco, y uno sentado sobre él, y que de su presencia huyó el cielo y la tierra, porque esto no sucedió entonces, esto es, antes que se hiciese el juicio de los vivos y de los muertos, sino dijo que vió sentado en el trono á aquel á cuya presencia huirían el cielo y la tierra; pero huirían después, porque acabado el juicio, entonces dejará de ser este cielo y esta tierra, comenzando á ser nuevo cielo y nueva tierra; pues este mundo pasará, mudándose las cosas, no pereciendo del todo. Así lo dijo el Apóstol (3): «Por(1) Apocalipsis, cap XX, v. 9.

(2) Apocalipsis, cap. XX, v. 11.

(8) San Pablo, I ep. á los Conrintios, cap. VII.