ción de las almas, sino de los cuerpos. ¿Pero con qué intento proceden contra la expresa autoridad del Após— tol, que la llama resurrección? Porque según el hombre interior, y no según el exterior, sin duda resucitaron aquellos á quienes dice: «Si habéis resucitado con Cristo, atended á las cosas del cielo, lo cual comprobó en otro lugar por otras palabras (1): «Para que así como Cristo resucitó de entre los muertos por virtud de su divinidad, así también nosotros resucitemos y vivamos con nueva vida». Lo mismo quiso decir en otro lugar (2): «levántate tú que estás dormido, levántate de entre los muertos y te alumbrará Cristo». Lo que insinúan de que no pueden resucitar sino los que caen, por cuyo motivo imaginan que la resurrección pertenece á los cuerpos y no á las almas, porque de los cuerpos es propio el caer, procede de que no oyen estas palabras: «No os apartéis de él, para que no caigáis» (3); y «ȧ su propio Señor toca si persevera ó si cae» (4); y «el que piensa que está firme, mire no caiga». Porque me parece nos debemos guardar de que suceda esta caída en el alma y no en el cuerpo; luego si la resurrección es de los que caen, y caen también las almas, sin duda que debemos conceder que igualmente las almas resucitan. A las palabras que San Juan seguidamente pone: «en éstos no tiene poder la muerte segunda»; añade y dice: «sino que serán sacerdotes de Dios, de Cristo y reinarán con él mil años». Sin duda no lo dijo solamente por los obispos y presbíteros, á los cuales llamamos ya propiamente en la Iglesia sacerdotes, sino que, como llamamos á todos los cristianos por la crisma y unción mística, así llama á todos sacerdotes, porque son miem.
(1) San Pablo, ep. á los Romanos, cap. VI.
(2) San Pablo, ep. & los Ephesios, osp. V.
(8) San Pablo, ep. a los Romanos, cap. XIV.
(4) San Pablo, I ep. á los Corintios, osp. X.