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La ciudad de Dios

A este reino en que militamos, en que todavía luchamos con el enemigo, y á veces repugnamos los repugnantes vicios, y á veces, cediendo á ellos, vivimos hasta que lleguemos á la posesión de aquel reino quietisimo de suma paz, donde reinaremos sin tener enemigo con quien lidiar; á este reino, pues, y á esta primera resurrección que hay ahora se refiere el Apocalipsis; porque habiendo dicho cómo habían amarrado al demonio por mil años, y que después le desataban por breve tiempo, luego, recapitulando lo que hace la Iglesia, ó lo que se hace en ella en estos mil años, dice (1): «Vi unos tronos, y unos que se sentaron en ellos, y se les dió potestad de poder juzgar». No debemos pensar que esto se dice y entiende del último y final juicio, sino que se debe entender por las sillas de los Prepósitoa; estos Prepósitos ha de entenderse que son los que ahora gobiernan la Iglesia. En cuanto á la potestad 'de juzgar, que es lo que es dado, ninguna se entiende mejor que aquella expresada en la Escritura (2): «Lo que ligareis en la tierra, será también atado en el cielo, y lo que desatareis en la tierra será también desatado en el cielo». De donde procede esta frase del Apóstol (3): «¿Qué me toca á mí el juzgar de los que están fuera de la Iglesia? ¿Acaso vosotros no juzgáis también á los que están dentro de ella? «Y vi las almas, dice San Juan, de los que murieron por el testimonio de Jesucristo (por la palabra de Dios ha de entenderse aquí lo que después dice), y reinaron mil años con Jesucristo», es á saber, las almas de los mártires antes de haberles restituído sus cuerpos; porque á las almas de los fieles difuntos no las apartan ni separan de la Iglesia, la que igual(1) Apocalipsis, cap. XX, v. 4.

(2) San Mateo, cap. XVIII, y San Juan, cap. XX.

(3) San Pablo, ep. á los Corintios, cap. V.