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La ciudad de Dios

en el tiempo de su primera venida. Porque si fuera de aquel reino (de quien dirá en la consumación de los siglos, «venid, benditos de mi padre y tomad posesión del reino que está preparado para vosotros»), reinaran ahora de otra manera, bien diferente y desigual, con Cristo sus santos (á quienes dijo: «Yo estaré con vosotros hasta el fin y consumación del siglo»), tampoco al presente se llamaría la Iglesia su reino, ó reino de los cielos, porque en este tiempo, en el reino de Dios, aprende y se hace sabio aquel doctor de quien hicimos arriba mención (1), «que saca de su tesoro lo nuevo y lo viejo». y de la Iglesia han de recoger los otros segadores la cizaña que dejó crecer juntamente con el trigo hasta la siega. Explicando esto, dice (2): «La siega es el fin del siglo, y los segadores son los ángeles: así que de la manera que se recoge la cizaña y se echa en el fuego, asi será en el fin del mundo. Enviará el Hijo del hombre sus ángeles, y recogerán de su reino todos los escándalos». ¿Acaso ha de recogerlos de aquel reino donde no hay escándalo alguno? Así, pues, de este su reino, que es en la tierra la Iglesia, se han de recoger.

Además dice: «El que no guardare uno de los más mínimos mandamientos y los enseñare á los hombres, será el mínimo en el reino de los cielos; pero el que los observare exactamente y los enseñare, será grande en el reino de los cielos». Ei uno y el otro dice que estarán en el reino de los cielos, el que no practica las leyes y mandamientos que enseña, que eso quiere decir solvere, no guardarlos, no observarlos, y el que los ejecuta y enseña, aunque al primero llama mínimo, y al segundo grande. Seguidamente añade: «Yo os digo que si no fuere mayor vuestra virtud que la de los escribas y (1) San Mateo, cap. XIII, (2) Idem, idem,