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La ciudad de Dios

como si después hubiese de engañar á aquellas gentes que forman la Iglesia predestinada, á quienes se le.prohibe engañar por aquellas prisiones y clausura en que está, sino que, ó lo dice por aquel modo de hablar que se halla algunas veces en la Escritura, como es expresión del Real Profeta: «así están nuestros ojos vueltos á Dios nuestro Señor, hasta que tenga misericordia y se compadezca de nosotros»; como si habiendo usado de misericordia, dejaran los ojos de sus siervos de estar vueltos á Dios, su Señor, ó el sentido y orden de estas palabras, es así: «le encerró y echó su sello sobre él hasta que se pasen mil años». Lo que dijo en medio «y para que no engaño ya á las gentes», está de tal suerte concebido, que debe entenderse separadamente como si se añadiera déspués, de forma que diga ftoda la sentencia, «le encerró y echó su sello sobre él hasta que pasen mil años, á efecto de que ya no seduzca á las gentes», esto es, que le encerró hasta que se cumplan los mil años, para que no engañe ya á las gentes.



CAPÍTULO VIII

Sobre atar y soltar al demonio.


«Después de estos, le soltarán, dice, por un breve iempo». Si el estar amarrado y encerrado es, respecto, tdel demonio, no poder engañar á la Iglesia, el soltarle ¿será para que pueda? De ningún modo; porque jamás engañará á la Iglesia predestinada y escogida antes de la creación del mundo, de la cual dice la Escritura (1): (1) San Pablo, II ep. á Timotheo, cap. II.

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