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La ciudad de Dios

guiese (1), «que recibirá en este siglo el uno por ciento»; lo cual, explicándolo el Apóstol en cierto modo, dice (2): «Como quien nada tiene y lo posee todo», porque estaba antes ya dicho (3), «el hombre fiel es señor de todo el mundo, y de las riquezas»: ¿cuánto más se pondrán mil por la universalidad donde se halla el sólido de la misma cuadratura del denario? Así también se entiende lo que leemos en el Real Profeta (4): «Acordóse para siempre de su pacto y testamento, y de su palabra prometida para mil generaciones», esto es, para todas.

Y le echó, dice, en el abismo, es á saber, lanzó al demonio en el abismo. Por el abismo entiende la multitud inumerable de los impíos, cuyos corazones están con mucha profundidad sumergidos en la malicia contra la Iglesia de Dios. Y no porque no estuviese ya allí antes el demonio se dice que fué echado allí, sino porque, excluído de la posesión de los fieles, comenzó á poseer y dominar con más despotismo á los impíos; pues mucho más poseído está del demonio el que no sólo está ajeno de Dios, sino que también de balde aborrece á los que sirven á Dios.

Encerróle, dice, en el abismo, y echó su sello sobre él, para que no engañe ya á las gentes, hasta que se acaben mil años. Le encerró, quiere decir, le prohibió que pudiese salir, esto es, transgredir lo vedado. Y lo que añade: le echó su sello, me parece significa que quiso estuviese oculto, cuáles son los que pertenecen á la parte del demonio y cuáles son los que no pertenecen; cosa totalmente oculta en la tierra, pues es incierto si el que ahora parece que está en pie ha de venir á caer, y si que parece que está caído ha de levantar(1) San Mateo, cap. XIX.

() San Pablo, II ep. á los Corintios, cap. VI, v. 10.

(3) Id. lug. cit.

(4) Salmo 104.