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La ciudad de Dios

los muertos que entierren sus muertos», es decir, que los muertos en el alma entierren á los muertos en el cuerpo». Así que, por estos muertos en el alma con la impiedad y pecado, ha venido, dice, la hora, y es esta en que estamos, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios y los que la oyeren vivirán. Los que la oyeren, dijo, los que la obedecieron, los que creyeren y perseveraren hasta el fin. Pero tampoco hizo aquí diferencia de los buenos y de los malos, porque para todos es bueno oir su voz y vivir, y pasar de la muerte de la impiedad á la vida de la piedad y amistad de Dios. De esta muerte habla el Apóstol,. cuando dijo (1): «Luego todos estamos muertos y uno murió por todos, para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que murió por ellos y resucitó». Así que todos murieron y estaban muertos en los pecados, sin excepción de ninguno, ya fuese en los originales, ya en los que ineurrieron por su voluntad, ignorando ó sabiendo y no practicando lo que era justo, y por todos los muertos murió uno que estaba vivo, esto es, uno que no tuvo especie alguna de pecado, para que los que consiguieren vida por la remisión de los pecados, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió por todos nuestros pecados y resucitó por nuestra justificación, á efecto de que, creyendo en el que justifica al impío, justificados y libres de nuestra impiedad, como quien vuelve de la muerte á la vida, podamos ser del número de los que pertenecen á la primera resurrección de las almas, que se hace ahora. Porque á esta primera no pertenecen sino los que han de ser bienaventurados para siempre; y á la segunda, cuando hable después, manifestará cómo tocan los bienaventurados y los infelices. Esta resurrección es de misericordia y la otra (1) San Pablo, II ep. & los Corintios, cap. V., v. 15.