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La ciudad de Dios

rael». De esta doctrina inferimos que Jesucristo ha de juzgar con sus discípulos. En otra parte dijo á los judíos (1): «si yo lanzo los demonios en nombre de Belzebú, ¿vuestros hijos en nombre de quién los lanzan?

Por eso ellos serán vuestros jueces». No porque dice que han de sentarse en doce sillas debemos presumir que solas doce personas han de ser las que han de juzgar con Cristo, pues en el número de doce se nos significa cierta multitud general de los que han de juzgar por causa de las dos partes del número septenario, con que las más se significa la universidad, cuyas dos partes, es á saber, el tercero y el cuarto, multiplicados uno por otro, hacen doce, porque cuatro veces tres y tres veces cuatro son doce, sin hablar de otras razones que se podrían encontrar en el número duodenario para probar este propósito, pues de otro modo, habiendo ordenado por apóstol, en lugar del traidor Judas, á San Matías, el apóstol San Pablo, que trabajó más que todos ellos, no tendría dónde sentarse á juzgar, y él sin duda manifiesta que le toca con los demás santos aer del número de los jueces, diciendo (2): «No sabéis que hemos de juzgar los ángeles». También de parte de los mismos que han de ser juzgados existe igual razón por lo que respecta al número duodenario, pues no porque dice, para juzgar las doce tribus de Israel, la tribu de Leví, que es la décimatercia, ha de quedar sin ser juzgada por ellos, ó han de juzgar solamente á aquel pueblo, y no también á las demás gentes. Con lo que dice de la regeneración ciertamente quiso dar á entender la universal resurrección de todos los muertos, porque se reengendrará nuestra carne por la incorrupción, como se reengendró nuestra alma por la fe.

(1) San Mateo, cap. XII.

(2) San Pablo, I, ep. á los Corintios, cap. VI.