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La ciudad de Dios

como impíos, y hay algunos impíos á quienes sucede como si hubieran vivido como justos; lo que lo tuve asimismo por vanidad». Y para intimarnos y notificarnos esta vanidad en cuanto le pareció suficiente, consumió el sapientísimo rey todo este libro, y no con otro fin sino con el de que deseemos aquella vida que no tiene vanidad debajo del Sol, sino que tiene y manifiesta la verdad debajo de aquel que crió este Sol. Con esta vanidad, pues, ¿acaso no se desvanecería el hombre, que vino á ser semejante á la misma vanidad, si no fuera por justo y recto juicio de Dios? Con todo, durante el tiempo de esta su vanidad, va á decir si resiste ú obedece á la verdad, y si está ajeno de la verdadera piedad y religión, ó si participa de ella, no con fin de adquirir y gozar de los bienes de esta vida, ni por huir de los males que pasan, sino por el juicio que ha de venir, por cuyo medio no sólo los buenos llegarán á tener los bienes, sino también los malos los males perpetuos y perdurables. Finalmente, este sabio concluye dicho libro en tales términos, que viene á decir (1): «Teme á Dios y guarda aus mandamientos, porque esto es ser un hombre cabal y perfecto, pues todo lo que pasa en la tierra, bueno ó malo, lo pondré Dios en tela de juicio, aun lo más despreciado». ¿Qué pudo decirse más breve, más verdadero y más importante? Temerás, dice, á Dios, y guardarás sus mandamientos, porque esto es todo el hombre; pues cualquiera que obrare así, sin duda que es fiel observante de los mandatos de Dios, y el que esto no es, nada es, supuesto que no se acomoda á la imagen de la verdad, cuando queda en la semejanza de la vanidad; porque toda esta obra, esto es, todo cuanto hace el hombre en esta vida, ó bueno ó malo, lo pondrá Dios en tela de juicio, aun lo más despreciable y aun al (1) Ecclesiast., cap. XII.