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La ciudad de Dios

que vive allí, pues estará ajena y privada de la vida de Dios, ni tampoco el cuerpo, mediante á que estará sujeto á los dolores y tormentos eternos. Y será más dura é intolerable esta segunda muerte, porque no se podrá acabar la infelicidad de este estado con la misma muerte: pues así como la miseria es contraria á la bienaventuranza, y la muerte á la vida, así también parece que la guerra es contraria á la paz. Con razón puede preguntarse, que pues hemos celebrado la paz que ha de haber en los fines de los bienes, ¿qué guerra, y de qué calidad podremos enteader, por el contrario, la que ha de haber en los fines de los males? El que hace esta pregunta, advierta y considere qué es lo que hay dañoso en la guerra, y verá que no es otra cosa que la adversidad y conflicto que tienen las cosas entre sí.

¿Qué guerra puede imaginarse más grave y más penosa que aquella en que la voluntad es tan adversa á la pasión, y la pasión tan opuesta á la voluntad, que con la victoria de ninguna de ellas pueden fenecer semejantes enemistades, y donde de tal manera combate con la naturaleza del cuerpo la violencia del dolor que jamás el uno cede y se rinde al otro? Porque aquí, cuando acontece esta lucha ó vence el dolor, y la muertenos priva del sentido ó, perseverando la naturaleza, vence, y la salud nos quita el dolor. Pero en la vida futura el dolor permanece para afligir y la naturaleza persevera para sentir, porque lo uno ni lo otro falta ni se acaba, para que no finalice la pena. Como á estos fines de los bienes y de los males, los unos que deben desearse, y los otros huirse, mediante el juicio final, han de pasar á los unos los buenos, y á los otros los malos.trataré de dicho juicio final con el favor de Dioa en el libro siguiente.