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San Agustín

manlo, obedézcanlo, porque á los inobedientes no les comprenda la pena y amenaza de la muerte: «El que sacrificare, dice, á los dioses y no solamente á Dios, morirás. No porque el Señor necesite de nadie, sinoporque nos intéresa el ser cosa suya. Así se canta en la Sagrada Escritura de los hebreos (1): «Dije al Señor, tú eres mi Dios, porque no tienes necesidad de mis bienes»; y el sacrificio más insigne y mejor que tieneeste Señor, somos nosotros propios. Esto mismo es su Ciudad, y el misterio de este grande asunto celebramos con nuestras oblaciones, como lo saben los fieles, así como lo hemos ya visto en los libros anteriores, Los oráculos del cielo declararon á voces por boca de los profetas hebreos que cesarian las víctimas ofrecidas por los judíos en sombra de lo futuro, y las naciones, desde donde nace hasta donde se pone el sol, ofrecerian un solo sacrificio, como observamos ya que lo practican. De estos oráculos hemos citado algunos, cuantos nos parecieron bastantes, y los hemos ya insertado en esta obra. Por tanto, donde no hubiere la justicia, de que según su gracia, un solo y sumo Dios mande á la ciudad que le esté obediente, no sacrificando á otro que al mismo Dios; en todos los hombres de esta misma ciudad, obedientes á Dios, con orden legítimo, el alma mande al cuerpo y la razón á los vicios, para que todo el pueblo viva, se sustente, y posea la fe como vive y la posee un justo que obra y se mueve con el amor y caridad, con que el hombre ama á Dios como se debe, y á su prójimo como así mismo (2); donde no hay esta justicia, repito, sin duda que no hay congregación de hombres, unida por la conformidad en las leyes y dere(1) Salmo 13.

(2) San Mateo, cap. XXII; San Pablo, ep. á los Romanos, cap. I; á los Gálatas, cap II, y 5; y á los Hebreos, cap. X, y Habacuc, cap. II,