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La ciudad de Dios

ó menores, porque también á éstos en las Escrituras Santaa los llaman dioses, no de los hebreos, sino de los gentiles, lo cual con toda claridad lo pusieron los Setenta intérpretes en el Salmo (1), diciendo «que, todos los dioses de los gentiles son demonios», para que ninguno, repetimos, pensase que la ley prohibía sacriflcar á estos demonios terrenos, pero que lo permitía á los celestiales, á todos, ó á algunos, seguidamente añadió, nisi Domino soli, sino á Dios sólo», esto es, sino solamente & Dios, porque no piense acaso alguno que la frase á Dios sólo se entiende el Dios Sol á quien se deba sacrificar, y que no deba entenderse así, se ve bien claro en el texto griego.

El Dios de los hebreos, á, quien abona con relevante testimonio este ilustre filósofo, dió ley á su pueblo hebreo escrita en idioma hebreo, cuya ley no es obscura ni incognita, aino que está esparcida ya y divulgada por todas las naciones, y en ella está escrita (2) «que el que sacrificare á los dioses y no sólo á Dios, morirá indispensablemente». ¿Qué necesidad hay de que en esta ley y en sus profetas andemos á caza de muchas particularidades que se leen á este propósito; pero qué digo yo andar á caza, supuesto que no son di ficultosas ni raras, sino que andemos recogiendo las fáciles, y que se ofrecen á cada paso, y ponerlas en este discurso, para los que ven más claro que la luz, que el sumo y verdadero Dios quiso que á ninguno otro se ofreciesen sacrificios que al mismo Dios y Señor? Ved, pues, á lo menos esto, que brevemente, ó, por mejor decir, grandiosamente con amenaza, pero con verdad dijo, aquel Dios, á quien los más doctos que se conocen entre ellos celebran con tanta excelencia; oiganlo, tô(1) Salmo 95.

(2) Exodo, cap. XXII,