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San Agustín

cuales se adora á Dios. Porque Dios, como autor y padre de todos, de ninguno tiene necesidad; pero es bien para nosotros que le honremos con la justicia y castidad y con las demás virtudes, haciendo que nuestra vida sea una oración que le esté pidiendo continuamente la imitación de sus perfecciones é inquisición de la verdad. Porque la inquisición, dice, purifica, y la imitación deifica el afecto, ensalzando las obras de Dios. Muy bien habla de Dios Padre, y nos dice las costumbres y ritos con que le debemos reverenciar, y de estos preceptos están llenos los libros proféticos de los hebreos, cuando censuran ó elogian la vida de los santos. Pero por lo respectivo á los cristianos, tanto yerra ó tanto calumnia cuanto quieren los demonios que él tiene por dioses; como si fuera dificultoso traer á la memoria las torpezas y disoluciones que se hacían acerca del culto y reverencia de los dioses en los teatros y templos, y ver lo que se leo, dice, y oye en las iglesias, ó qué es lo que en ellas se ofrece á Dios verdadero, y deducir de esto dónde está la edificación y dónde la destrucción de las costumbres. ¿Quién le dijo ó le pudo inspirar, sino el espíritu diabólico, tan vana y maniflesta mentira como la de que á los demonios, que prohiben adorar los hebreos, los cristianos antes los reverencian que aborrecen? Al contrario, el sumo Dios, á quien adoraron los sabios de los hebreos, aun á los santos ángeles del cielo y virtudes de Dios, á quienes como á ciudadanos, en esta nuestra peregrinación mortal, respetamos y amamos, nos veda que les sacrifiquemos, notificándolo rigurosamente en la ley que díó á su pueblo hebreo, é intimándonos con terribles amenazas: «que el que sacrificare á los dioses perderá la vida». Y para que ninguno entendiese que la ley mandaba que no sacrificasen á los demonios pésimos y espíritus terrenos, á quienes éste llama mínimos