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San Agustín

CAPÍTULO XXII

Si es el verdadero Dios aquel á quien sirven los cristianos, y á quien solo se debe sacrificar.


Pero podrían responder: ¿Quién es este Dios, ó conqué testimonios se prueba ser digno de que le debieran obedecer los romanos, no adorando, ni ofreciendo sacriAcios á otro alguno de los dioses, á excepción de este nuestro Dios y Señor? Grande ceguedad es preguntar todavía quién es este Dios: este es el Dios que dijo á Abraham: In semine tuo benedicentur omnes gentes, «en tu semilla y descendencia serán benditas todas las gentes»: lo cual, quieran ó no quieran, advierten que puntualmente se cumple en Cristo, que, según la carne, nació de aquel linaje, los mismos enemigos que han quedado de este santo nombre. Este es el Dios cuyo divino espíritu habló por aquellos, cuyas profecías á la letra, y como se cumplieron en la iglesia, que vemos derramada por todo el orbe, he relacionado en los libros pasados. Este es el Dios de quien Varrón, uno de los más doctos entre los romanos, sostiene que es Júpiter, aunque sin saber lo que dice: lo cual me pareció referirlo, porque Varrón, tan sabio, no pudo imaginar que no había este Dios, ni tampoco que era cosa poca: creyendo que era aquel á quien él tenía por el Sumo Dios. Finalmente, este es el Dios á quien Porfirio, uno de los más eruditos é instruídos entre los filósofos, aunque enemigo pertinacísimo de los cristianos, por expresión aun de los mismos oráculos de aquellos que él cree que son dioses, confiesa que es grande Dios.