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La ciudad de Dios

une Scípión á los hombres en esta definición para formar el pueblo, ¿qué diré? Pues si exactamente lo consideramos, no es utilidad la de los que viven impíamente, como viven todos los que no sirven á Dios y sirven á los demonios, los cuales son tanto más perversos cuanto más deseosos se muestran, siendo ellos espíritus inmundísimos, de que les ofrezcan sacrificios como á dioses. Así, pues, lo que dijimos de la conformidad y consentimiento del derecho, pienso que basta para que se eche de ver por esta definición que no es pueblo que merezca llamarge República aquel donde no haya justicia. Si nos respondieren que los romanos en su República no sirvieron á espíritus inmundos, sino á dioses buenos y sanos, ¿acaso será necesario repetir tantas veces una cosa, que está ya dicha con bastante claridad, y aun más de la necesaria? ¿Porque quién hay que haya llegado hasta aquí por el orden de los libros anteriores de esta obra, que pueda todavía dudar de que los romanos sirvieron á los demonios impuros, sino el que fuere, ó demasiadamente necio, ó descaradamente porfiado? Mas por no decir la cualidad y circunstancias de éstos, que ellos honraban y veneraban con sus sacrificios, baste que la ley del verdadero Dios nos dice: Sacrificans Diis eradicabitur, nisi Deo tanium: «Que al que ofreciese sacrificios á los dioses, y no solamente á Dios, le quitarán la vida.» Así que, ni á dioses buenos ni malos quiso que sacrificasen el que mandó esto con tanto rigor, y bajo una pena tan acerba.