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La ciudad de Dios

la condición de sus siervos, pero en lo que toca al servicio y culto de Dios, de quien deben esperarse los bienes eternos, con un mismo amor miraban por todos los miembros de su casa. Lo cual en tal conformidad nos lo dicta y manda el orden natural, que de este principio vino á derivarse el nombre de padre de famílias, y es tan recibido, que aun los que mandan y gobiernan inicuamente gustan de ser llamados con dicho nombre.

Pero los que son verdaderos padres de familias, miran por todos los de au familia como por sus hijos, para servir y agradar á Dios, deseando llegar á la morada celestial, donde no habrá necesidad del oficio de mandar y dirigir á los mortales, porque entonces no será necesario el ministerio de mirar por el bien de los que son ya bienaventurados en aquella inmortalidad. Hasta que lleguen allá deben sufrir más los padres porque mandan y gobiernan, que los aiervos porque sirven. Así, cuando alguno en casa, por la desobediencia va contra la paz doméstica, deben corregirle y castigarle de palabra, ó con el azote ó con otro castigo justo y lícito, cuanto lo exige la sociedad y comunicación humana y por la utilidad del castigado, para que vuelva á la paz de donde se había apartado. Porque así como no es acto de beneficencia hacer, ayudando, que se pierda mayor bien, así no es inocencia hacer, perdonando, que se incurra en mayor mal. Toca, pues, al oflcio del inocente, no sólo no hacer mal á nadie, sino también estorbar y prohibir el pecado ó castigarle, para que ó el castigado se corrija y enmiende con la pena, ú otros escarmienten con el ejemplo. Y porque la casa del hombre debe ser principio ó una partecita de la ciudad, y todos los principios se refieren á algún fin propio de su género y toda parte á la integridad del todo, cuya parte es, bien claramente se sigue, que la paz de casa se refiere á la paz de la ciudad, esto es, que la ordenada concordia entre