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La ciudad de Dios

lloren en sus tormentos las pérdidas de los bienes naturales, y que sientan la justicia de Dios, justísima en quitárselos, los que despreciaron su liberalidad benignísima en dárselos. Así, pues, Dios con su eterna sabi—duría críó todas las naturalezas, y justísimamente las dispone y ordena, entre todas las cosas terrenas. La de más lustre y ornamento formó el linaje mortal de los hombres, á quienes repartió algunos bienes acomodados á esta vida, es á saber, la temporal; conforme y de la manera que le puede haber en la vida mortal, y esta paz se la dió al hombre en la misma salud, incolumidad y comunicación de su especie, y le dió todo lo que es necesario, así para conservar como para adquirir esta paz, como son las cosas que convenientemente cuadran al sentido, como la luz que ve, el aire que respira, las aguas que bebe y todo lo que es á propósito para sustentar, abrigar, curar y adornar el cuerpo con una condición sumamente equitativa, que cualquier mortal que usare bien de estos bienes, acomodados á la paz de los mortales, pueda recibir otros mayores y mejores, es á saber, la misma paz de la inmortalidad, y la honra y gloria que á ésta la compete en la vida eterna para gozar de Dios y del prójimo en Dios, y el que usare mal, ni reciba aquéllos, ni pierda á éstos.



CAPÍTULO XIV

El orden y las leyes divinas y humanas tienen por único objeto el bien de la paz.


Todo el uso de las cosas temporales en la Ciudad terrena se refiere y endereza al fruto de la paz terrena, y en la Ciudad celestial se refiere y ordena al fruto de la