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La ciudad de Dios

cia en la fe, bajo de la ley eterna. La paz de los hom bres, la ordenada concordia. La paz de la casa, la conforme uniformidad que tienen en mandar y obedecer los que viven juntos. La paz de la ciudad, la ordenada concordia que tienen los ciudadanos y vecinos en ordenar y obedecer. La paz de la ciudad celestial es la ordenadísima y conformísima sociedad establecida para gozar de Dios, y unos de otros en Dios. La paz de todas las cosas, la tranquilidad del orden, y el orden no es otra cosa que una disposición de cosas iguales y desiguales, que da á cada una su propio lugar. Por lo cual los miserables, porque en cuanto son miserables sin duda no están en paz, aunque carecen de la tranquilidad del orden, donde no se halla turbación alguna, porque con razón y justamente son miserables, tampoco en su miseria pueden estar fuera del orden, aunque no conjuntos y unidos con los bienaventurados, sino apartados de ellos por la ley del orden. Estos miserables, aunque no están sin perturbación donde se encuentran, están acomodados con alguna congruencia; así hay en ellos alguna tranquilidad de orden, y, por consiguiente, también alguna paz. Con todo, son miserables, porque si en cierto modo no sienten dolor, sin embargo, no se hallan en parte donde deban estar seguros y sin sentir dolor. Pero más miserables son si no viven en paz con la ley que gobierna el orden natural, y cuando sienten dolor en la parte que le sienten, se les perturba la paz. Pero todavía hay paz donde ni el dolor ofende, ni la misma trabazón se disuelve. Resulta, pues, que hay alguna vida sin dolor, pero no puede haber dolor sin alguna vida; hay alguna paz sin guerra alguna, pero guerra no la puede haber sin alguna paz; porque la guerra supone siempre hombres ó naturalezas humanas que la mantienen, y ninguna naturaleza puede existir sin alguna especie de paz. Hay