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La ciudad de Dios

cele y borre hasta los últimos rastros y vestigios de la naturaleza.

Advierte que la paz de los malos, en comparación de la de los buenos, no se debe llamar paz el que sabe estimar y anteponer lo bueno á lo malo; y lo puesto en razón á lo perverso, aun inicuo, es necesario que en alguna parte, por alguna parte y con alguna parte natural, donde está, ó de que consta, esté en paz; porque de otra manera nada sería; como si uno estuviese pendiente cabeza abajo, sin duda que la situación del cuerpo y el orden natural de los miembros y articulaciones estaría invertido, porque lo que naturalmente debe estar encima está debajo, y lo que debe estar abajo está encima, y este trastorno, como turba la paz de la carne, le es molesto. Sin embargo, como el alma está en paz con su cuerpo, y solícita por su salud, de aqui que se duela; y si por el rigor de sus molestias desamparase al cuerpo y se ausentase de él, entre tanto que dura la unión y trabazón de los miembros, lo que quedą no está sin cierta tranquilidad de las partes, y por eso hay todavía quien esté colgado. Cuando el cuerpo terreno inclina y tira hacia la tierra, y cuando con el lazo que está suspenso resiste, entonces igualmente aspira al orden natural de su paz, y con la voz de su peso, en cierto modo pide el lugar en que poder descanaar, y aunque está ya sin alma y sin sentido alguno, con todo, no se aparta del sosiego natural de su orden, ya sea cuando la tiene, ya cuando inclina y aspira á ella. Porque si le aplican medicamentos y cosas aromá ticas que conserven y no dejen deshacer y corromper . la forma del cuerpo muerto, todavía una cierta paz junta y acomoda las partes con las partes, y aplica é inclina toda la máquina al lugar terreno conveniente, y por consiguiente quieto y pacífico. Pero cuando no se pone diligencia alguna en embalsamarlo, sino que lo