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San Agustín

recer y exagerar la malicia de Caco, fuera poca la alabanza que le cupiera á Hércules. Así que, como dije, más creible es que no hubo tal hombre, ó semi—hombre, como tampoco otras ficciones y patrañas poéticas, porque las mismas fleras crueles é indómitas, de las cuales tomó parte de su fiereza (pues también le llamaron semifiero), conservan con cierta paz su propia naturaleza y especie: juntándose unas con otras, engendrando, pariendo, criando y abrigando á sus hijos, siendo las más de ellas insociables y montaraces; es decir, no como las ovejas, venados, palomas, estorninos y abejas, sino como los leones, raposas, águilas y lechuzas.

Porque ¿qué tigre hay que blanda y cariñosamente no arrulle sus cachorros, y, tranquilizada su flereza, no los halague? ¿Qué milano hay, por más solitario que ande volando y rodeando la caza para cebar sus uñas, que no busque hembra, forme su nido, saque sus huevos, críe sus pollos y no conserve con la que es como madre de su familia, la compañía doméstica con toda la paz que puede? Cuanto más inclinado es el hombre y le conducen en cierto modo las leyes de su naturaleza á buscar la sociedad y conservar la paz en cuanto está de su parte con los demás hombres, pues aun los malos sostienen guerra por la paz de los suyos, y á todos, si pudiesen, los querrían hacer suyos, para que todos y todas las cosas sirviesen á uno, ¿de qué manera podría conseguirlo sino haciendo, ó por amor, ó por temor, que todos consientan y convengan en su paz? Así, puesla soberbia imita perversamente á Dios, en atención á que debajo del dominio divino no quiere la igualdad con sus socios, sino imponer á sus alíados y compañeros el suyo, en lugar del de Dios; aborreciendo la justa paz de Dios, y amando su injusta paz. Sin embargo, no puede dejar de amar la paz cualquiera que sea, porque ningún vicio hay tan opuesto á la naturaleza que can-