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San Agustín

tan y dividen unos de otros, si con los mismos de su bando y conjuración no tienen alguna forma ó especie de paz, no hacen lo que pretenden. Por eso los mismos bandoleros, para turbar con más fuerza y con más seguridad suya la paz de los otros, desean la paz con sus compañeros. Aun más: cuando alguno es tan poderoso y aventajado en fuerzas, y de tal manera huye el andar en compañía, que á ninguno se descubra, y salteando y prevaleciendo solo, oprimiendo y matando los que puede, robe y haga sus presas, por lo menos Con aquellos que no puede matar y quiere que no sepan lo que hace, tiene alguna sombra de paz. Y en su casa sin duda procura vivir en paz con su mujer y sus hijos, y con los demás que tiene en ella, y se lisonjes y alegra de que éstos obedezcan prontamente á su voluntad: porque si no, se enoja, riñe y castiga, y aun si ve que es menester usar de rigor y crueldad, procura de este modo la paz de su casa, la cual ve que no puede haber si todos los demás en aquella doméstica compañía no están sujetos á una cabeza, que es él en su casa. Por tanto, si llegase á tener éste debajo de su sujeción y servidumbre á muchos, ó á una ciudad, ó á una nación, de manera que le sirviesen y obedeciesen, como quisiera que le dirvieran y obedecieran en su casa, no se metiera ya como ladrón en los rincones y escondrijos, sino que, como Rey, á vista de todo el mundo se engrandeciera y ensalzara, permaneciendo en él la misma codicía y malicia. Todos, pues, desean tener paz con los suyos, cuando quieren que vivan á su albedrío: porque aun aquellos á quienes hacen la guerra, los quieren, si pueden, hacerlos suyos, y en habiéndolos sujetado, ponerles las leyes de su paz.

Pero supongamos uno como el que nos pinta la fábula, á quien por la misma intratable fiereza le quisieron llamar más semi—hombre que hombre, aunque el reino,