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La ciudad de Dios

al sabio á substentar la guerra justa, esta iniquidad debe causarle pesar, en atención á que es propio y característico de los corazones humanos compadecerse, aunque no resultara de ella necesidad alguna de guerra. Así que, todo el que considera con dolor estas calamidades tan grandes, tan horrendas, tan inhumanas, es necesario que confiese la miseria, y cualquiera que las padece, ó las considera sin sentimiento de su alma, erronea y miserablemente se tiene por bienaventurado, supuesto que ha borrado de su corazón todo sentimiento humano.



CAPÍTULO VIII

Cómo la amistad de los buenos no puede ser segura, mientras sea necesario temer los peligros de esta vida.


Aunque suceda que no haya una ignorancia tan depravada, como ordinariamente ocurre en la miserable condición de esta vida, que, ó tengamos por amigo al que realmente es enemigo, ó por enemigo al que es amigo. ¿Qué objeto hay que nos pueda consolar en esta política humana, tan llena de errores y trabajos, sino la fe no fingida y el amor que se profesan unos á otros los verdaderos y buenos amigos? A los cuales cuantos más fueren los que tuviéremos desparramados por los pueblos, tanto más tememos les suceda algún mal de los muchos que se padecen en este siglo, porque no sólo nos da cuidado que les aflija el hambre, las guerras, las enfermedades, el cautiverio, y que en él padezcan aflicciones superiores á cuanto se pueda imaginar, sino lo que hace más amargo el temor, que se conviertan en pérfidos y malos. Y cuando estas penalidades acaecen

Tomo IV.
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