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La ciudad de Dios

la humana política dandole el ministerio peculiar de administrar la justicia. Esta es, pues, la que por lo menos llamamos miseria del hombre, cuando no sea malicia del sabio. ¿Cómo es posible que atormente á los inocentes y castigue á los inculpados por la necesidad de no saber y precisión de juzgar, no contentándose con ser iresponsable, sino teniéndose por bienaventurado? ¿Con cuánta más consideración y humanidad, reflexionando en sí mismo, reconocerá en esta necesidad la miseria, y la aborrecerá por sí misma? Y si conoce la piedad, exclamará á Dios, diciéndole (1): «Líbrame, Señor, de mis necesidades.»



CAPÍTULO VII

De la diversidad de las lenguas que dificulta las relaciones entre los hombres, y de la miseria de las guerras, aun de las que se llaman jostas.


Después de la ciudad sigue el orbe de la tierra, adonde ponen el tercer grado de la política humana, comenzando en la casa, pasando de esta á la ciudad y procediendo después hasta llegar al orbe de la tierra.

El cual, sin duda como un Océano y abismo de aguas, cuanto es mayor, tanto más circundado esta de peligros; adonde lo primero la diversidad de los idiomas enajena y divide al hombre del hombre, porque si en un camino se encuentran dos de diferentes lenguas, que no se entienda el uno al otro, y no pueden pasar adelante, sino que por necesidad hayan de estar juntos, más fácilmente se acomodarán y juntarán unos anima(1) Salmo 24.