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La ciudad de Dios

Si la casa, pues, que es en los males de esta vida el común refugio y sagrado de los hombres, no está segura, ¿qué practicará la ciudad, la cual, cuanto es mayor tanto más llena está de pleitos y cuestiones cuando no de discordias, que suelen llegar á turbulencías muchas veces sangrientas, ó haya guerras civiles, de las cuales en ocasiones están libres las ciudades, pero de los peligros nunca?.



CAPÍTULO VI

Del error en los actos judiciales de los hombres, cuando está oculta la verdad.


¿Y qué diremos de los juicios que forman los hombres á otros hombres, juicios que no pueden faltar en las ciudades más tranquilas? ¿Ouán miserables son y dignos de cómpasión, pues los que juzgan son los que no pueden ver las conciencias de aquellos á quienes juzgan? Por ello muchas veces son forzados, á costa de los tormentos de testigos inocentes, á buscar la verdad de la causa que toca á otro. Cuando sufre y padece uno por su causa y, por saber si es culpado, le atormentan, siendo inocente, sufre una pena cierta por una culpa incierta, no porque esté claro y averiguado que haya cometido tal delito, sino porque se ignora si lo ha cometido. De esto se sigue por orden general que la ignorancia del juez viene á ser la calamidad del inocente.

Y lo que es más intolerable y lastimoso, y más digno de regarlo, si fuese posible, con perennes fuentes de lágrimas, es que atormentando el juez al delatado por no matar con ignorancia al inocente, viene á suceder por la miseria de la ignorancia que mata atormentado