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San Agustín

está llena de ellas del todo y por todo la vida humana, en la cual experimentamos agravios, sospechas, onemistades, guerras, como males ciertos? La paz la experimentamos como bien incierto y dudoso, porque no sabemos, ni la limitación de nuestras luces pueden penetrar los corazones de aquellos con quienes la deseamos tener y conservar, y cuando hoy los pudiésemos conocer, sin duda no sabríamos cuáles serían mañana.

¿Quiénes son y deben ser más amigos que los que viven unidos en una misma casa y familia? Y, con todo, ¿quién está seguro de ello, habiendo sucedido tantos males por ocultas maquinaciones, traiciones y calamidades, tanto más amargas cuanto era la pazmás agradable y dulce, creyéndose verdadera cuando astuta y dolosamente se fingía? Esto lastima y penetra tan intensamente los corazones de todos, que hace llorar por fuer za, y como dice Tulio: no hay traición más secreta y oculta que la que que se encubrió bajo el velo de oficio ó bajo algún pretexto de amistad sincera; mediante á que fácilmente te podrás precaver y guardar del que es enemigo declarado; pero este mal oculto, intestino y doméstico, no sólo le hay y se le ofrece al hombre, sino que también le mortifica antes que pueda descubrirle; por eso también viene bien esta sentencia del Salvador: «Los enemigos del hombre son sus domésticos y familiares», sentencia que nos lastima extraordinariamente el corazón; pues aunque haya alguno tan fuerte que lo sufra con paciencia, ó tan vigilante que se guarde con prudencia de lo que maquina contra él el amigo disimulado y fingido, sin embargo, es inevitable sienta y le aflija si es bueno el mal de aquellos pérfidos y traidores, cuando llega á conocer por experiencia que son tan malos, ya hayan sido siempre malos, fingiéndose buenos, ya se hayan transformado de buenos en malos, cayendo en esta maliciosa operación.