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La ciudad de Dios

¿cómo nos hallaremos bienaventurados con la final bienaventuranza? La virtud, que se llama fortaleza, en cualquiera ciencia que se hallare, es evidentísimo testigo de los males y miserias humanas, que la hacen sufrir con paciencia. Cuyos males, no sé por qué pretenden los filósofos estoicos que no son males, pues confiesan que, si fueran tan grandes que el sabio, ó no pueda, ó no de deba tolerarlos, le impelen á darse la muerte y á salir de esta vida. Tan particular es la ceguedad y soberbia de estos hombres preocupados, que piensan que en la tierra tienen el fin del bien, y que por sí mismos se hacen bienaventvrados; que el sabio entre ellos, esto es, cual ellos le pintan con admirable vanidad, aunque ciegue, ensordezca y enmudezca, y aun que le estropeen y laceren los miembros, y le atormenten con dolores, y caigan sobre él todos cuantos males pueden decirse ó imaginarse, y tales trabajos que le obliguen á darse la muerte, debe llamar bienaventurada á una vida puesta entre tantos males. vida bienaventurada que, para que se acabe, busca el auxilio de la muerte. Si es bienaventurada, vívase en ella, y si por el temor de estas calamidades se huye de ella, ¿cómo es bienaventurada? ¿Cómo no se tienen por males los que sobrepujan el bien ó virtud de la fortaleza compeliéndola, no sólo á ceder y rendirse, sino á delirar, diciendo que una misma vida es bienaventurada, y persuadiendo que se debe huir de ella? ¿Quién hay tan ciego que no advierta que, si fuera feliz, no debería huirse de ella? Pero si por el contrapeso de su flaqueza, que tanto la oprime, confiesan que se debe huir, ¿qué razón hay para que humillando la cerviz de su soberbia, no la confiesen también por miserable? ¿Se mató Catón con admirable constancia, ó por impaciencia? Porque no se arrojara á esta acción si no llevara con impaciencia y desagrado la victoria del César. ¿Cuál fué su M