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La ciudad de Dios

y de los males, responderemos que la vida eterna es el sumo bien y la muerte eterna el sumo mal, y que poreso, para conseguir la una y libertarse de la otra, es necesario que vivamos bien. La Escritura dice: (1) «que el justo vive por la fe», porque ni en la tierra vemos nuestro bien, por cuyo motivo es indispensable que, creyendo, le busquemos, ni lo que es vivir bien lo hallamos en nosotros como producción nuestra, sino cuando, creyendo y orando, nos ayuda el que nos dió igualmente la fe, con que confiemos y creamos que él nos ha de favorecer. Los que imaginaban que los fines de los bienes y de los males estaban en la vida presente, colocando el sumo bien ó en el cuerpo ó en el alma, ó en ambos, y por decirlo más claro, designándole ó en el deleite ó en la virtud, o en uno y otro, ó en la quietud ó en la virtud,ó en ambas, ó juntamente en el deleite y quietud, ó en la virtud, ó en los dos, ó en los princípios de la naturaleza, ó en la virtud, en uno y otro, pretendieron y quisieron con extraña vanidad ser en la tierra bienaventurados. Búrlase de estos ilusos la misma verdad por medio del Real Profeta, diciendo (2): «Sabe Dios que los discursos y pensamientos de los hombres son vanos»: ó, como cita el Apóstol, este testimonio (3): «Sabe Dios que los discursos y raciocinios de los sabios son vanos y fútiles».

¿Quién podrá, por más elocuente que sea, explicar y ponderar las miserias de esta vida? Cicerón las deploró como pudo en la consolación que escribió sobre la muerte de su hija, pero lo que pudo fué poco; pues los principios que llaman naturales, ¿cuándo, dónde y de qué manera pueden tener tan buena disposición en esta vida, que no vacilen y padezcan vicisitudes bajo la in(1) San Pablo, ep. á los Gálatas, cap. III, et Abacue, cap. II.

(2) Salmo 98.

(8) San Pablo, I, ep. & los Corintios, cap. III.