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San Agustín

vivir, llegó á referir hasta doscientas ochenta y ocho sectas, y aunque haya otras semejantes que puedan añadirse, deja todas aparte porque no afectan á la cuestión del sumo bien, y ni son ni deben llamarse sectas, retrocediendo á aquellas doce, donde se pregunta cuál sea el bien esencial del hombre, con el que, consiguiendole, es bienaventurado para manifestar que una de ellas es la verdadera y las demás son falsas. Porque dejando á un lado aquellos tres géneros de vida, se le quitan las dos partes de este número, y quedan noventa y seis sectas; y apartando á otro lado la diferencia añadida de los cínicos, se reducen á la mitad, y vienen á ser cuarenta y ocho; y si quitamos lo que pusimos sobre los nuevos académicos, vendrán á quedar la mitad, esto es, veinticuatro. Y asimismo, desmembrando lo que se añadió acerca de la vida social, quedarán en doce las sectas, que esta diferencia había duplicado hasta veinticuatro. De estas doce no podemos decir cosa particular por lo cual no debamos tenerlas por sectas, mediante á que nada más se busca en ellas que el fin de los bienes y de los males, y hallados los fines de los bienes, sin duda que, por el contrario, lo serán los de los males. Para que se vengan á formar estas doce sectas, se triplican aquellas cuatro cualidades: el deleite, la quietud, lo uno y lo otro y los principios de la naturaleza, que llama Varrón primogénea, que son las cosas que, naturalmente, están estampadas en nuestros corazones. Porque de estas cuatro, cada una de ellas se sujeta á veces á la virtud, de modo que parece que se deben apetecer, no por sí mismas, sino por amor á la virtud; otras veces se aventajan, de forma que parece que la virtud y estas cualidades deben apetecerse por sí mismas, y así triplican el número cuaternario y llegan á constituir doce sectas. De aquellas cuatro cualidades quita Varrón tres, es á saber, el deleite, la quie-