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La ciudad de Dios

CAPÍTULO II

De cómo dejando á un lado todas las diferencias, que no son — sectas, sino cuestiones, llega Varrón å las tres definiciones del sumo bien, entre las cuales le parece que se debe escoger una.


De los tres géneros de vida, es á saber, el uno ocioso, aunque no ociosamente entretenido en la contemplación é inquisición de la verdad; el otro negocioso en el gobierno de las cosas humanas, y el tercero templado y mezclado del uno y del otro género, cuando se pregunta cuál de estos debe preferirse, no es la controversia sobre el sumo bien lo que se duda y disputa, sino cuál de estos tres géneros nos causa dificultad ó facilidad para alcanzar ó conservar el fin del bien, por cuanto el fin del sumo bien, luego que se llega á su pacífica posesión, al punto hace bienaventurado al pretensor; y en el ocio de las letras, ó en el negocio público, ó cuando alternativamente se hace lo uno y lo otro, no tan pronto es uno bienaventurado, pues muchos pueden vivir en cualquiera de uno de estos tres géneros y errar en el método de perseguir el fin del bien con que el hombre se hace bienaventurado. Así que una es la cuestión de los fines de los bienes y de los males, que es la que constituye cada una de las sectas filosóficas, y otras son las cuestiones sobre la vida social, de la dudá é indecisión de los académicos, del traje y sustento de los cínicos, de los tres géneros de vida, ocioso, activo y compuesto de uno y otro, pues en ninguna de éstas se disputa de los fines de los bienes y de los males. Por ello Marco Varrón, señalando estas cuatro diferencias, es á saber, de la vida social, de los académicos nuevos, de los cínicos y de estos tres géneros de