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La ciudad de Dios

ción de los negocios humanos, ó la vida compuesta y alterada del ocio y del negocio, como los que gastaron á veces el tiempo de su vida, parte en la ocupación de las ciencias y de la erudición, y parte en el negocio más necesario; por estas diferencias también se puede doblar por tres veces el número de estas sectas y llegar á doscientos ochenta y ocho.

He insertado esto aquí, tomándolo del libro de Varrón, con la mayor brevedad y claridad que he podido, explicando su sentir con palabras mías. Después de refutar las demás, escoge una, la cual quiere que sea la de los Académicos antiguos, los que, siguiendo la doctrina de Platón hasta llegar á Polemón, que fué el cuarto después de Platón que gobernó aquella escuela llamada Academia, quiere parezca que tuvieron sus dogmas por ciertos é indudables, y por eso los distingue de los nuevos Académicos, que todo lo tienen por incierto, cuya especie de filosofar tuvo principio en Archesilao, aucesor de Polemón. Y porqué presume que aquella secta, esto es, la de los Académicos antiguos, carece no sólo de duda, sino también de todo error, sería asunto largo intentar manifestarlo aquí según él lo refiere, mas no por eso es razón que lo omitamos del todo. Primeramente, pues, echa á un lado todas las diferencias que multiplicaron el número de las sectas, las cuales quita, creyendo que no se halla en ellas el fin del sumo bien, pues le parece que no merece nombre de secta filosófica la que no se distingue de las demás en el punto principal, que es tener diferentes fines de los bienes y de los males, mediante á que ningún otro impulso exeita al hombre á filosofar sino el deseo de ser bienaventurado, y lo que únicamente hace bienaventurado es sólo el fin del bien; luego ninguna otra causa hay para filosofar sino el fin del sumo bien; por lo cual la secta que no sigue algún fin del bien, no debe llamarse