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La ciudad de Dios

nibus, omnes ubique agere pænitentiam, eo quod statuit diem, judicare orbem in aequitate, in viro, in quo deffinibi fidem omnibus resucitans illum á mortuis, «Ahora avisa y anuncia Dios á los hombres, que todos en todo el mundo hagan penitencia, porque tiene ya aplazado el día en que ha de juzgar al mundo con exacta y rigurosa justicia por medio de aquel varón por quien dió fe; esto es, el conocimiento de Dios á todos, resucitándole de entre los muertos». Para resolver debidamente esta cuestión, mejor tomaremos el hilo de la narración desde allí, especialmente porque entonces dió también Dios el Espiritu Santo, como convino que se diese después de la resurrección de Cristo en aquella ciudad de donde había de comenzar la segunda ley, esto es, el Nuevo Testamento; porque la primera, que se llama el Viejo Testamento, se dió en el monte Sinaí por medio de Moisés. De ésta que había de dar Cristo, dijo el Profeta: ex Sion lex prodiet, et verbum Domini ex Jerusalem, «que de Sión saldría la ley, y la palabra y predicación del Señor, de Jerusalén». Y así dijo el mismo Señor expresamente que convenía predicar la penitencia en su nombre por todas las naciones; pero principalmente y en primer lugar por Jerusalén. En esta ciudad, pues, comenzó el culto y veneración á este augusto nombre, de forma, que creyeron en Jesucristo crucificado y resucitado. Allí ésta principió con tan ilustres principios, que algunos millares de hombres, convirtiéndose al nombre de Cristo con maravillosa alegría, vendiendo toda su hacienda para distribuirla entre los pobres y necesitados, vinieron á abrazar con un santo propósito y ardiente caridad la voluntaria pobreza; y entre aquellos judíos que estaban bramando y deseando beber la sangre de los convertidos, se dispusieron á pelear valerosamente hasta la muerte por la verdad, no con armado poder, sino con otra arma más