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La ciudad de Dios

se hallaron entonces allí y se acordaban, sin dudar, de haberlo visto? ¿Y qué diré de la que en la actualidad sucede en Persia? ¿Acaso no se encendió allí la persecución contra los cristianos, aun no bien extinguida, y tan acerba, que algunos se han venido huyendo hasta los pueblos sujetos al imperio de los romanos? Por estas y otras consideraciones semejantes, me parece que no debemos poner número determinado en las persecuciones con que ha de ser ejercitada y molestada la Iglesia; pero, por otra parte, afirmar que después de la última, en que no pone duda cristiano alguno ha de haber algunas otras por los reyes, no es menor temeridad. Así que esto lo dejamos indeciso, sin aprobar ni desaprobar ninguna de las partes de esta cuestión, y procurando sólo aconsejar al lector que no asegure con atrevida presunción ni lo uno. ni lo otro.



CAPÍTULO LIII

De cómo está oculto el tiempo de la última persecución.


La última persecución que ha de hacer el Antecristo, sin duda la extinguirá con su presencia el mismo Jesucristo, porque así lo dice la Escritura: quod cum interficiet spiritu oris sui, et evacuavit illuminatione presentiæ suæ, «que le quitara la vida con el espíritu de su boca y le destruirá con sólo el resplandor de su presencia». Aquí suelen preguntar, ¿cuándo sucederá esto?

Pregunta sin duda excusada, pues si nos aprovechara el saberlo, ¿quién lo dijera mejor que el mismo Dios, nuestro Maestro, cuando se lo preguntaron sus discípulos? Porque no se les pasó esto en silencio cuando