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La ciudad de Dios

séptima Decio, la octava Valeriano, la novena Aureliano, y la décima Diocleciano y Maximiano, porque imaginan éstos que como fueron diez las plagas de los egipcios antes que empezase á salir de aquel país el pueblo de Dios, se deben referir & este sentido, de forma que la última persecución del Antecristo represente á la undécima plaga, la en que los egipcios, persi guiendo como enemigos á los hebreos, perecíeron en el mar Bermejo, pasando por él á pie enjuto el pueblo de Dios. Pero no pienso yo que lo que sucedió en Egipto nos significó proféticamente estas persecuciones, aunque los que así opinan parece que con mucha puntua lidad é ingenio han cotejado cada una de aquellas plagas con cada una de estas persecuciones, no con espíritu profético, sino con humana conjetura, la cual, á veces acierta con la verdad, y á veces la yerra. Porque ¿qué nos podrán decir de la persecución, en la cual el mismo Dios y Señor fué crucificado? ¿En qué número la pondrán? Y si presumen que debe principiar la cuen ta sin contar ésta, como si debiéramos contar las que pertenecen al cuerpo, y no aquella en que fué perseguida y muerta la misma cabeza, ¿qué harán de la otra que sucedió en Jerusalén después que Jesucristo subió á los cielos, cuando apedrearon á San Esteban; cuando degollaron á Santiago, hermano de San Juan; cuando al apóstol San Pedro le metieron en una cárcel para darle la muerte, libertándole un ángel de las prisiones; cuan do fueron ahuyentados y esparcidos los cristianos de Jerusalén; cuando Saulo, que después vino á ser el apóstol San Pablo, destruía y perseguía la Iglesia; cuando ya predicando la fe el mismo Apóstol de las gentes, padeció los mismos ultrajes y trabajos que él solía causar, así en Judea como por todas las demás naciones, por donde quiera que con singular fervor iba predicando á Cristo? ¿Por qué motivo les parece que