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La ciudad de Dios

que hay alguna paz y tranquilidad de parte de los extraños que nos afligen, y verdaderamente la hay, y nos causa notable consuelo, particularmente á los débiles, con todo, no faltan entonces, antes hay muchísimos dentro de casa que con su mala vida y perversas costumbres afiigen los corazones de los que viven piadosa y virtuosamente; pues. por ellos se desacredita y blasfema el nombre cristiano y católico: el cual, cuanto más le aman y estiman los que quieren vivir santamente en Cristo, tanto más les duele lo que practican los malos que están dentro y que no sea tan amado y apreciado como desean, de los ánimos píos. Los mismos herejes, cuando se considera que tienen el nombre oristiano, los Sacramentos cristianos, las Escrituras y profesión, causan gran dolor en los corazones de los piadosos, porque á muchos que quieren ser también cristianos estas discordias y disensiones les obligan á dudar, y muchos maldicientes hallan también en ellos materia proporcionada y ocasión para blasfemar el nombre cristiano, puesto que se llaman cristianos, cualquiera que sea la denominación que quiera dárseles.

Así que, con estas y semejantes costumbres perversas, errores y herejías, padecen persecución los que quieren vivir piadosamente en Cristo, aunque ninguno les atormente ni aflija el cuerpo: porque la padecen, no en el cuerpo, sino en el corazón. Por eso dijo el salmista, «conforme á la muchedumbre de los dolores de mi corazón», y no dijo de mi cuerpo. Por otra parte, como se sabe que son inmutables é invariables las promesas divinas, y que dice el Apóstol (1): «que sabe ya Dios los que son suyos, y que de los que conoció y predestinó á hacerlos conformes á la imagen de su hijo», ninguno puede perderse, por eso añade el salmista «y ale (1) San Pablo, II, ep. á Timotheo, cap. II, v. 19.